miércoles, 9 de abril de 2008

Las elecciones internas de la izquierda

Gonzalo Escribano

No cabe la menor duda de que ningún partido en México da la talla. Ni el PAN de Germán Martínez, que llegó por dedazo del Presidente a la dirigencia del partido como candidato único, ni el PRI de Beatriz Paredes que llegó a su puesto con el respaldo de Ulises Ruiz y Mario Marín, entre otros mafiosos, y cuya dirigencia ha sido incapaz de alejarse de las hipocresías de siempre, ni el PRD de “absolutamente nadie” porque no ha sido capaz de declarar un vencedor a 21 días de la elección, entre acusaciones de todo tipo que deslegitiman las acusaciones del propio partido sobre el proceso electoral del 2006. El saldo de la disputa perredista entre Alejandro Encinas –fiel a AMLO- y Jesús Ortega –líder de los Chuchos-, ha sido infame y vergonzoso. Para entender lo que sucede hoy, hay que entender como llegaron los contendientes al día de la elección. La lucha fue entre un grupo cuya propuesta básica era oficializar el poder y posturas de López Obrador y el grupo de los Chuchos que pretendía mantener vivas sus expectativas y capacidad para conseguir puestos o candidaturas compartiendo el poder con los fieles al ex candidato presidencial. Así pues, parecería que los Chuchos no podían perder, sobretodo ahora que están tan seriamente opuestos a un rival que se ha enfrentado hasta violentamente con ellos buscando arrinconarlos. A Jesús Ortega le conviene atrasar el recuento de los votos porque le favorece el desgaste público del partido para poner en evidencia a su competidor.

Solamente de esa manera, los Chuchos serán capaces de conseguir sus objetivos: ya no pueden ceder más espacios a AMLO. De hecho, una derrota de Encinas no tendría nefastas consecuencias para AMLO y sus correligionarios porque no conviene a Ortega alejarse de lo que el tabasqueño, que ha puesto sobre la mesa la posibilidad de salir a otro partido, representa en términos de liderazgo y movilización. Encinas y Ortega debieron haberse sentado a negociar a tiempo, ahora es el PRD quien pagará las consecuencias de sus intransigencias. Mientras tanto, AMLO sigue llenando plazas, y aunque ésta no sea la mejor estrategia para reconstruir su debilitada credibilidad, en un concierto de político-dinosaurios, es el único contrapeso real al PAN y al PRI, que tampoco son emblemas de honestidad y democracia.

Por otro lado, la otra izquierda, la que daba luces de seriedad, cambio y credibilidad ahora ha vuelto a desvanecerse. Alternativa Socialdemócrata fue víctima del más repugnante golpe, cuando Alberto Begné, como presidente del partido y candidato a ocupar por cuatro años más la presidencia del CEN del partido, asesinó la candidatura a la misma elección de la más férrea impulsora de la socialdemocracia mexicana Patricia Mercado. Alberto Begné nunca entendió lo que era

Alternativa, ni sus causas ni sus valores fundacionales. Entre alianzas con el PRI, el menosprecio a las leyes de tercera generación, amistades estratégicas con Beltrones y Jesús Ortega y la utilización de porros para acallar y apalear a sus rivales, Alternativa dejó de ser lo que su nombre indicaba. Ricardo Raphael, Miguel Ángel Granados Chapa, Raúl Trejo Delarbre, Jorge Javier Romero, Sabina Berman, Mauricio Merino, entre otros, han dedicado sus espacios a denunciar el

vulgar despojo de Alternativa. Me toca agregar que Alberto Begné es un mediocre. Tuvo dos opciones: (1) Hacerse del partido a la mala para controlar su aparato burocrático y quedarse como partido satélite involucrado con la vieja clase política, un partido que no aspira a crecer ni a representar sino a vivir del sistema o (2) pudo haberse aliado con Patricia Mercado, quien siempre le ofreció caminar juntos, y jugársela a fortalecer la izquierda Alternativa ante el desprestigio

del PRD, conseguir más y más adeptos para mantener el registro en 2009 y fortalecer la imagen rumbo a las siguientes elecciones presidenciales. Los que votamos por Patricia Mercado en 2006, poco más de un millón de mexicanos, lamentamos que la mediocridad de Begné nos haya dejado sin un partido con voluntad de cambio y de evolución.

Estoy convencido de que construiremos una vez más un refugio para los que estamos hartos de esa clase política, que gobierna (PRD, PRI, PAN y asociados) México y a la cual se acaba de agregar Alberto Begné Guerra y su malamente llamado Partido Socialdemócrata. Un millón de convencidos demócratas no es poca cosa para dar lecciones de democracia y de civilidad a los mismos de siempre.

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