miércoles, 9 de abril de 2008

El más reciente drama de la izquierda

Por: Ricardo Becerra | Opinión


Hace 15 años, los sociólogos de la Universidad de Colonia, Erwin y Ute Scheuch, elaboraron una especie de reporte sociológico con el feo título de Pandillas, camarillas y arribismo (Véase Juan Linz. Partidos políticos, viejos conceptos y nuevos retos. Trotta, 2007). Peor y pesimista era su tesis central: en las democracias modernas, los partidos establecidos están produciendo un fenómeno aciago, contrario a las teorías clásicas del ascenso y la selección política, pues en el camino, en su triturante dinámica interna, no llegan los mejores sino que se van quedando los menos competentes, los de menor capacidad que, al carecer de alternativas en la vida profesional o civil, suelen sobrevivir en el partido merced a su fidelidad, tenacidad y constancia. Junto con ellos, se quedan también los más inmorales, los más inescrupulosos, los trepadores puros y duros, hábiles forjadores de clanes cerrados que no dudan en echar mano de cualquier añagaza para alcanzar su promoción.
No son todos ni es absolutamente generalizable, pero el estudio si daba cuenta —estadística— del dominio del “bajo clero”, de la hegemonía de los cuadros menos relevantes y de como sus aspiraciones e instintos (casi siempre con el horizonte puesto en el propio cargo, en su propio ascenso) determinan el discurso, el programa, la práctica y al final, la imagen pública del partido. Y esa es la fuente, la verdadera fuente, decían los Scheuch, de la crisis de legitimidad de los partidos democráticos en todo el mundo. ¿Es posible no reconocer un fenómeno similar ahora, en plena crisis de la izquierda mexicana? ¿En su partido principal el PRD, lo mismo que en la opción —nueva política mediante— apenas nacida, Alternativa Socialdemócrata?
Los testimonios que se leen en la prensa, de uno u otro lado, son deprimentes, inaceptables, a ratos, alucinantes. La elección del PRD, el poderoso partido que denunció un fraude pavoroso en 2006, está trabada por otro fraude que, según sus propios dichos, viene de su contrincante interno. Robo de paquetes electorales, alteración del padrón, interrupción de la información, compra y coacción de militantes, pactos indecibles con gobernadores de otros partidos, integran el menú de una elección y de una organización que, en las severísimas palabras del ingeniero Cárdenas, “está traicionando a sus muertos… sucio y lastrado por las violaciones a sus reglas internas y los vicios en las conductas de muchos de sus dirigentes y militantes, pierde su condición de instrumento de lucha por la soberanía de la nación y por la democracia”.
Simultáneamente, la otrora promisoria Alternativa, cuyas corrientes y dirigentes están integrados por mujeres y hombres posgraduados en las mejores escuelas del extranjero, cuya oferta central era la de una renovación, a salvo de la política del acarreo, escenificaron una asamblea de baja laya, con todos los vicios (golpes y heridos incluidos) de los que dicen abjurar.
No es solo un drama de la izquierda, sino la expresión de una cultura política nacional que sigue estando atrás, muy atrás, de las exigencias del pluralismo y la democratización. Ganar cargos, salvar el presupuesto y prerrogativas se convirtió en suprema razón de ser y todo quedó subordinado a su obtención, incluyendo ideario, programa, ética, verbos y modales.
Es posible que Alejandro Encinas sea el político más competente de la izquierda, pero el lastre de su cercanía con el bejaranismo devino demasiado pesado hasta cancelar su llamado a una “izquierda de valores”. Lo mismo pasa con López Obrador, cuya cercanía con esas corrientes, le derrumba el discurso de la honestidad, la lucha contra la corrupción y la defensa de los intereses nacionales. O Jesús Ortega, cuyo ánimo de diálogo y modernización programática, se cae por el sostén de redes clientelares (llamadas corrientes) sin más interés que la propia porción de poder local. Ni que decir de Alternativa, incapacitada genéticamente para forjar un acuerdo, y que en su lucha fraticida ha convocado a los peores brujos y criaturas de las catacumbas del autoritarismo mexicano.
La pregunta de fondo, lo que constituye el drama mayor de estos días es: ¿por qué la izquierda no puede y no sabe ser democrática? Quizá con realismo, Arnaldo Córdova escribió en La Jornada, que así es el país y así la izquierda. Soy de los que se resisten a creerlo y aceptarlo. Aquí hay un problema mayor instalado en el corazón de la política y de la cultura nacional.
Si algo la izquierda (antes del pandemonium ideológico que nos trajo la transición), es ser una referencia positiva de gobierno y un rechazo ético, real, práctico, a la corrupción y sus innumerables expresiones. Esto es lo que se ha descalabrado en los últimos días, las últimas noticias del drama de la izquierda.

ricbec@prodigy.net.mx

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