miércoles, 9 de abril de 2008

¿Dan ganas de ser de izquierda?

Por: Ricardo Becerra | Opinión

Ninguno de sus muchos enemigos había logrado infligir tal y tanto daño al Partido de la Revolución Democrática y a Alternativa Socialdemócrata como el daño que ellos mismos se propinaron en sus fatídicas guerras intestinas. Ni las intrigas palaciegas de Fox, ni las orquestadas campañas mediáticas, ni las campañas negativas, ni la maledicencia o los rumores propalados, ni la incomprensión intelectual lo habían hecho: está claro que la izquierda —en sus versiones mexicanas disponibles— es la peor enemiga de sí misma.
Robos de urnas; aparición de actas que dan fe de casillas y votaciones que nunca existieron; suspensión del cómputo de votos; insultos, majaderías, acusaciones de baja laya; asambleas violentas; aniquilación de prestigios personales; estúpidas e inexplicables exclusiones; aparición de golpeadores… conforman el moderno elenco del horror que todavía es capaz de exhibir la izquierda mexicana.
Adolfo Sánchez Rebolledo (quien invirtió su tiempo y su esfuerzo personal en ambos proyectos —PRD y Democracia Social—) se pregunta “¿cuál de las dos crisis es peor?”. Sin duda la de Alternativa, por dos razones: porque obtuvo una amplia votación (1.2 millones de mexicanos) haciéndonos creer que encarnaban una izquierda “de valores”, una izquierda “con ética”, del todo ajena al despiadado pragmatismo tribal; y sobre todo porque el conflicto derivó en la peor de las soluciones: aplastar, apartar e ignorar completamente a una de las corrientes vertebrales, la de la fundadora del partido (la de Patricia Mercado), dejándola sin representación alguna.
En el curso de su enloquecida guerra los dirigentes no repararon en el hecho más elemental: que ese partido creció y se consolidó por la alianza de ambas fuerzas, por su especial “división política del trabajo”: Mercado desplegándose y dando la cara al público en la campaña y Begné frenando los despropósitos del “ala campesina”, el Doctor Simi y dotando de alguna normalidad legal, interna, al partido. Ésa es la historia y eso explica el éxito de Alternativa en el año 2006. Entonces ¿cómo sobrevinieron el pleito y el desastre político de hoy?
Leo y escucho voces que explican la crisis a posteriori, situando el problema hasta febrero y marzo de este año, en el curso de las asambleas estatales y la nacional. Pero no: la catástrofe fue mórbidamente meditada, por ambos bandos y ambos grupos dirigentes, desde comienzos del año pasado, cuando forjaron las absurdas reglas de competencia interna que no lograron otra cosa sino legitimar sus demonios, profundizar sus diferencias y fomentar los odios entre sus militantes.
La invención de la espectral figura de los CAP’s (especie de pequeños soviets formados por veintenas de ciudadanos socráticos que masivamente conformarían las asambleas) sancionó una gran simulación: que las corrientes internas (no son sólo dos) fingieran poseer grandes bases sociales, esgrimidas como argumento para declararse “mayoría” en los cónclaves del partido y desplazar así al adversario. Si hemos de creer en este ejercicio caro y fantasmagórico —insisto, al que gozosamente se entregaron todos los grupos internos— Alternativa (hoy Partido Socialdemócrata), con sus pocos recursos y su corta vida, cuenta con más núcleos de base (13 mil) que el PRD y con un padrón de militantes casi tan grande como el del PAN (¡273 mil socialdemócratas activos!, una hazaña que ruborizaría al homónimo partido sueco, alemán o español).
Así, pues, el origen de la crisis en esa isla de la izquierda mexicana reside en su incapacidad crónica para elaborar acuerdos, en la ausencia de una da las virtudes centrales de la socialdemocracia realmente existente. No tiene ningún sentido descubrir, a estas alturas, que Mercado encarna la añeja práctica de los caudillos políticos mexicanos o que el Presidente reelecto y los suyos fueron incubados en las placentas posrevolucionarias de los sin escrúpulos. A mi modo de ver, el debate no está allí. La frágil formación necesitaba acuerdos, pactos, construcción de puentes, unidad orgánica solamente para ser creíble y para convertirse en un interlocutor serio y válido frente al resto de fuerzas políticas de México.
Esto es lo que no han logrado y lo que no vendrá de una resolución del Tribunal. Su penitencia no es el pleito, sino seguir juntos: reponer procedimientos, enterrar la ficción representativa de los CAP’s y plantear escrupulosamente un método para discutir y ventilar las diferencias.
Es muy probable que sea demasiado tarde. Pero éstos ya lograron lo impensable, lo muy improbable, lo imposible: un millón doscientos mil votos en la elección más polarizada de la historia. ¿Por qué no pedir otro milagro? Pero para que eso tenga lugar los dirigentes deben salir de la enajenación, de su guerra (sólo entendible por su circuito íntimo) y cobrar conciencia de que el “triunfo” sectario de una sola corriente representa el ensuciamiento propio y la derrota de todos, del proyecto, su significado y su historia. Si no lo hacen ¿con qué ganas seguir siendo de izquierda?

ricbec@prodigy.net.mx

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