lunes, 14 de abril de 2008

Hechos y nombres

Alejandro Envila Fisher

Partidocracia en descomposición
La crisis de legitimidad, democracia, transparencia y confianza que afecta a los partidos politicos es tan grave, que ha llegado el momento de que sus propios dirigentes la admitan y ofrezcan, como signo mínimo de verdadera sujeción al interés nacional, una muestra real de que están dispuestos a trabajar por y para el país, por encima de sus proyectos personales, para así recuperar algo de la confianza ciudadana.
Las normas democráticas al interior de los partidos apenas llegaron y los ejemplos de la incapacidad de estos para darse elecciones internas transparentes y confiables ya abundan. Lo que en estos momentos se ha visto en el PRD en primer lugar y en Alternativa Socialdemócrata, ahora Partido Socialdemócrata, en segundo, pero también lo que ocurrió en el PAN, donde contra toda la tradición discursiva panista, Germán Martínez Cázares sólo pudo llegar a la dirigencia por la fuerza del dedo del presidente Felipe Calderón, y lo que pasó en el PRI hace algunos años, cuando Roberto Madrazo se apoderó de la dirigencia tricolor gracias a las maniobras de sus operadores electorales, son muestras suficientes de que los partidos politicos mexicanos son absolutamente incapaces de organizar procesos internos de selección de dirigentes o de candidatos, medianamente confiables.
Si la democracia es verdaderamente la divisa del cambio político en México, las cúpulas de los partidos deberían empezar por cumplir con la ley y adoptar normas y prácticas verdaderamente democráticas en su vida interna. Para hacerlo, lo primero que debería aprobarse es que las elecciones de todos los institutos politicos quedaran sujetas obligatoriamente al escrutinio público, pero más importante aún, que fueran organizadas por los institutos electorales federal y estatales, y calificadas por los tribunales especializados en la material.
Con toda su sapiencia en la material electoral, Arturo Nuñez no logró la confianza de los perredistas y a estas alturas no hay duda de que cualquier órgano electoral, local o federal, podría haber organizado una elección perredista de resultado menos accidentado y más confiable.
En el PAN, donde se supone que la urbanidad y la civilidad política imperan, las elecciones internas tienen el curioso efecto de purgar al partido luego de cada proceso. Baste preguntar dónde está hoy Carlos Gelista: castigado y sin posibilidad de seguir su carrera por ahora, simplemente porque se atrevió a competir con la sobrina del presidente por la dirigencia del PAN-DF.
Cosas parecidas le han sucedido a quienes ayer eran miembros importantes del grupo del rijoso Manuel Espino Barrientos. Una vez que éste entregó la dirigencia sin competir, todos los miembros de su grupo han sido gradual pero sistemáticamente marginados de los puestos de decisión del partido. La de Germán Martínez no fue una elección sino una designación desde los Pinos. Ante el temor de la derrota, se forzó al grupo contrario a ni siquiera intentar presentar candidato y se le replegó de todo espacio real de dirección del partido. Y como la misma actitud y estilo antidemocráticos adoptaron Manuel Espino y Luis Felipe Bravo Mena, miembros ambos de la ultraderecha, cuando llegaron a la dirigencia panista, no queda más que concluir que la democracia no es, en realidad, un valor del panismo, como tampoco lo es del priísmo ni del perredismo.
Si se analizan historia y vida interna de los partidos pequeños, se verá que sus vicios son iguales o mayores a los de PRI, PAN y PRD. Alberto Anaya es más poderoso que un jeque árabe en el PT, del que desde 1991, hace 17 años, no ha perdido el control. Jorge Gonzalez Torres y su hijo Jorge Emilio González Martínez son los creadores del concepto de partido familiar. Tienen registro también desde 1991, lo obtuvieron gracias al trabajo de campo que en su favor realizó la oficina de Arturo Nuñez Jiménez cuando éste era subsecretario de Gobernación del salinismo, y desde entonces han mantenido el control absulto y vertical del partido, de sus prerrogativas y de sus candidaturtas, a pesar de las fuertes disidencias que han enfrentado en diferfentes momentos y del desprestigio social que los envuelve.
El componente antidemocrático no es privativo de ningún partido en especial y de ninguna corriente de cualquiera estos en lo particular. Es simplemente la perversion de la regla de supuestas mayorías que, en lugar de respetarlas y darles su lugar, margina cuando no aplastan a las minorías.
Así, en la crisis de democracia y legitimidad que viven los partidos no hay buenos ni malos. Sólo hay bandos distintos que se disputan posiciones de poder y de dinero porque estas son la puerta de acceso a otras de más poder y también de más dinero.
Lo peor del caso es que estas tribus en el caso perredista, camarillas en el del PRI y grupos en el panista, financian sus proyectos politicos de cofradía con recursos públicos, además de que no se disputan trofeos inocuos, sino el control y el futuro de la nación.Para que la mexicana sea de verdad una democracia y no una ineficaz y corrupta partidocracia, es indispensable ponerle un límite a los grupos que se han apoderado de las cúpulas de los partidos, y forzar a estas organizaciones a cumplir el mandato democrático que la propia constitución les impone al calificarlas entidades interés público.
Para hacerlo, el primer paso es retirarles el control monopólico sobre su vida interna, pues al amparo de una pervertida autonomía, se han convertido en la mejor incubadora del pensamiento antidemocrático y totalitario del que se supone México viene huyendo. naenvila@editorialmac.com.mx

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