miércoles, 2 de julio de 2008

Allende, socialdemócrata

Por: Andrés Pascoe Rippey Opinión
Estuve ayer en La Moneda. Cien años se cumplían del natalicio de Salvador Allende, el presidente chileno que murió durante el golpe de Estado que dio a luz a la dictadura militar. Estuve ayer en la plaza por la cual los tanques acallaron las esperanzas de justicia social, dando lugar a un sangriento régimen militar que durante 17 años fomentó la acumulación de capital, la desigualdad social y que insertó el temor en el pueblo de Chile.
Estuve ayer frente al monumento que la democracia le construyó a su Presidente caído. Y estando ahí, frente a los arreglos florales y los nostálgicos, frente a los ministerios de gobierno y los carabineros, no puedo más que pensar en la gigantesca fragilidad del sistema que hemos construido.
Porque el juicio histórico está hecho y sólo los ciegos voluntarios pueden negar la realidad de una dictadura asesina, corrupta y —ahora lo sabemos también— económicamente incompetente. El juicio está hecho también —gracias a documentos desclasificados— sobre cómo el golpe empezó a planearse desde antes que Allende tomara posesión de su cargo. Sabemos que hubo un bloqueo externo e interno; sabemos que hubo acaparamiento; sabemos que la oligarquía chilena, en asociación con la derecha y con sectores militares, financiados y organizados por la CIA, crearon las condiciones de inestabilidad económica y política que partieron a un país en pedazos. Sabemos que esa división aún existe. Sabemos que el único verdadero objetivo del golpe fue proteger a los más acaudalados.
Todo eso lo sabemos y lo podemos demostrar. No hay mucho más qué debatir. Pero lo que resta no es seguir analizando las razones de lo que sabemos, sino las lecciones de lo que esta patria vivió. Lecciones para Chile, pero también lecciones para el mundo, lecciones para México.La primera lección nos habla sobre la fragilidad del sistema. Cuando nos encerramos en nosotros mismos y nos convencemos que “los otros” son intrínsecamente malos y que sólo erradicándolos lograremos prosperar —como hizo la derecha chilena y la CIA—, estamos empezando a caminar el rumbo de la autodestrucción. La lección en México es hoy para aquellos que han escogido el camino del enfrentamiento continuo y abierto en lugar de buscar la construcción de acuerdos. La oposición ha escogido el camino de la confrontación; el gobierno federal el camino de la exclusión y cerrazón. Una fórmula para el desastre.
Allende, poco antes del golpe de Estado, estaba preparando un plebiscito para que la sociedad determinara su permanencia, además de haber buscado un acuerdo con la Democracia Cristiana para devolver la gobernabilidad al país. La DC se negó —ya se había comprometido con el golpe— y selló el destino de su patria.Como en una tragedia griega, hubo mil posibilidades de conciliar, resolver y concretar acuerdos, pero todos los intentos se vieron frustrados por el radicalismo de las distintas fuerzas. No fue falta de oportunidad para conciliar, sino falta de voluntad. Tenía más que ver con el pánico de Estados Unidos a tener un gobierno socialista exitoso y la rabia de la derecha chilena con el progreso de los desprotegidos que con los desacuerdos sobre cómo gobernar un país. Se impuso la radicalidad sobre la racionalidad.
La segunda lección es que hay que saber escoger el camino. Allende, creo yo, escogió el camino de la socialdemocracia. No sería de esos socialdemócratas puritanos, autocompasivos y flagelantes que de pronto vemos, sino de esos que no paran de trabajar para crear algo mejor. De aquellos socialdemócratas que construyen desde abajo, que miran hacia arriba y caminan hacia adelante. Socialistas que creen en la democracia como la forma más segura de llevar los beneficios a toda la población. Socialdemócratas que piensan en los grandes temas sin dejar de atender los pequeños. Allende era un hombre que sabía vivir y gozar, pero que creía firmemente en nuestra responsabilidad de hacer algo por la gente.
Allende sería socialdemócrata porque no creía en las desviaciones totalitarias del comunismo ni en las lógicas degradantes de las oligarquías. Allende era un líder, pero sabía que no debía ser un caudillo. Su éxito inicial y el impacto profundo de sus primeras políticas en el bienestar de la gente, aceleraron el pánico histórico de una clase dominante que hará lo posible por evitar la incómoda igualdad.
Las lecciones son claras: recordar nuestra fragilidad, evitar el radicalismo y escoger bien el camino. Eso debemos aprender de esta historia.
Estuve ayer con Allende en su centenario. Estoy con Allende aún

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