viernes, 25 de enero de 2008

Alternativa Socialdemócrata: otra desgracia

Por Ricardo Becerra

Comenzaba el año electoral 2006 y el partido atravesaba una crisis mayúscula. Una emboscada protagonizada por el “ala campesina”, postuló a Víctor González Torres (el Doctor Simi) como candidato presidencial de la socialdemocracia. Se desplazaba así a la candidata legal, Patricia Mercado, quien semanas atrás había sido electa legalmente por la mayoría del Consejo Político, lo que abría un tipo de fractura nunca antes vista en nuestros partidos contemporáneos. Pero Mercado pudo superar el obstáculo, entre otras cosas, gracias al trabajo del presidente del partido, Alberto Begné, quien supo desfacer el entuerto y permitir a la candidata real, desplegar su propia, exitosa, campaña.
Era el plenilunio de un acuerdo político que permitió lo que pocos, muy pocos, creían factible: un millón 130 mil votos totales que remolcaron el nuevo registro de la novísima organización. Pero allí comenzó toda su desgracia: por el éxito, traída por un camino henchido de buenas intenciones, parabienes, sonrisas y los mejores deseos.
Fue entonces cuando el presidente Begné, hizo su extraña solicitud: que se le permitiera colmar la cartera dirigente con sus leales, con puros cuadros de su confianza (una petición mitad monárquica, mitad estrambótica, si hablamos de un partido político democrático en el que normalmente todas las fuerzas deben quedar representadas). Lo más asombroso es que la candidata aceptó esa ficción, ceder las carteras fundamentales, creyendo que de todos modos —merced a su peso político, carisma, personalidad, las buenas intenciones y los mecanismos informales que tanto seducen a la izquierda nacional— estaría en condiciones de decidir e influir en las cuestiones fundamentales.
Y no fue así. Con las piezas estratégicas en sus manos, la corriente del presidente hizo lo lógico: gobernar el partido con su propia sensibilidad, intereses y visión, lo que a su vez, los empujó hacia otro espejismo político: que puede tomar las decisiones más delicadas (relación con el gobierno, alianzas electorales, las reformas en el Congreso, etcétera) prescindiendo de su figura fundadora y principal. De esa suerte, se construyó un callejón sin salida en el cual Mercado queda fuera del circuito formal y cotidiano de las decisiones, mientras Begné conduce una nave que se destartala en cada determinación importante, pues de todos modos la corriente de Mercado conserva la válvula de seguridad, en última instancia, gracias a una mayoría en el Consejo Político que, como Sísifo, vive de corregir la plana al Comité Ejecutivo en los casos extremos.
Fue así que Alternativa se convirtió en un infierno diario, un insufrible militar en el que una mayoría avanzaba, dejando del lado a la corriente precursora que veía perder aspiraciones e identidad por aquella cesión de origen que se instaló, claro, gracias a las buenas intenciones de todos.
Por eso y después de eso, en plena neurosis orgánica, los bandos pactaron una salida de ruleta rusa: una competencia interna en la cual una de las dos corrientes principales morirá abatida por la conformación de una mayoría que estatutariamente, se quedará con (casi) todo, omitiendo la importancia, el arraigo, las relaciones, trabajo y mérito de sus adversarios.
Ahí esta la desgracia de Alternativa: cada vez más irrelevante en el debate nacional, con los puentes rotos y sus energías y recursos volcados hacia dentro, hacia una competencia fraticida que ha incluido varias de las peores prácticas de la política mexicana.
Es una desgracia porque ese partido representaba la única oportunidad real, sincera, de elaborar un pensamiento que no fuera disco rayado, una izquierda atenta a los mensajes del mundo, portadora de un programa audaz para eliminar en serio y desde ahora, pobreza y desigualdad, y metida de lleno en los temas de la modernidad. Es una desgracia porque la Socialdemocracia es un proyecto que ha sido sancionado por millones de votantes fieles, elección tras elección y cuya masa total no cesa de crecer; es una desgracia porque tiene una historia larga, de cuando menos una década, buscando un lugar para “otra izquierda” en México y en el que han intervenido miles, con su esfuerzo, dedicación, dinero y militancia genuina.
Y es una desgracia porque de esa lucha no saldrán ganadores sino una organización facciosa, sea por la derrota de su exitosa candidata o por la pérdida de una corriente que sacó a flote al partido en el momento crítico. Son dos ramas con historia y en su conflicto, ninguna de las dos es creíble. Sin acuerdo, la desgracia es segura porque el país tardará no sé cuántos años en forjar ese partido necesario para “jalar” al pensamiento político de izquierda. La socialdemocracia, tomada en serio, es una urgencia cultural de México y ni la guerra ni la cristalización de dos bandos, tienen derecho a destruirla.

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